María en la vida de Don Bosco y de la Familia Salesiana (C. 1.8.92)

 

Al final de Novena quiero invitaros a contemplar la figura de María Inmaculada Auxiliadora, que ha sido en todo y siempre Madre y Maestra de Don Bosco, por lo que al final de su vida ha podido confesar: “Todo lo debemos a María”.[1]

–           María Inmaculada Auxiliadora en la Vida de San Juan Bosco

En términos prácticos, hablar de la presencia de María en la historia de nuestro Padre significa considerar toda su vida; esto sería imposible en pocas líneas. Las Constituciones de los Salesianos nos ofrecen una síntesis estupenda en el artículo 8, donde encontramos tres verbos centrales que encuadran la presencia materna de María en la vida del Fundador: indicó a Don Bosco su campo de acción entre los jóvenes y le ayudó y sostuvo constantemente, sobre todo en la fundación de nuestra Sociedad. Además, precisamente en el comienzo de las Constituciones, encontramos esta misma convicción: «el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a san Juan Bosco» (Const. 1).

Esto significa que las Constituciones – esa manera peculiar salesiana de leer el evangelio – nos invitan también a una madurez y reciedumbre en la devoción a María. Comento, pues, aunque sea brevemente, el modo en que nos presentan la presentan, porque allí se recoge lo que fue la voluntad de Don Bosco, respecto a nuestro amor filial a la Virgen.

Ya desde el artículo 1 “La acción de Dios en la fundación y en la vida de nuestra Sociedad” se expresa, a manera de ‘credo’ que la Congregación Salesiana es fruto de la iniciativa divina, que “para contribuir a la salvación de la juventud… el Espíritu Santo suscitó, con la intervención maternal de María, a San Juan Bosco”.

El acento está puesto lógicamente sobre Dios nuestro Señor, que es quien tiene el proyecto de salvar a los jóvenes, y – en clave trinitaria – sobre el Espíritu, quien actúa aquí como la fuerza que hace realidad la salvación de Dios en la historia suscitando colaboradores de Dios. El lenguaje evoca el relato de la anunciación, donde el Espíritu Santo es dado a María para “hacer posible lo imposible”: encarnar al Hijo de Dios.

Se quiere afirmar, desde el principio, la naturaleza carismática de la Congregación y de la Familia Salesiana, que nacen como proyecto e iniciativa de Dios más que como proyecto e iniciativa de un hombre, por más sensibilidad que pudiera tener Don Bosco por hacer el bien a los jóvenes. Más aún, habrá que entender esta sensibilidad ya como un don del Espíritu, que lo suscitó, que formó en él “un corazón de padre y de maestro, capaz de una entrega total”, y que lo guió en la fundación de este movimiento espiritual apostólico que es la Familia Salesiana.

Lo más interesante de esta acción del Espíritu es, sin embargo, que Don Bosco la experimentó a través de la presencia maternal de María. Casi como si María hubiera sido para Don Bosco la encarnación del Espíritu: Ella le es dada como “Maestra bajo cuya disciplina aprendería a tener sabiduría” (MB I, 124). Y viceversa, María le enseñó a abrirse a la acción del Espíritu, a dejarse conducir por Él, hasta convertirse en “profundamente hombre de Dios, lleno de los dones del Espíritu Santo…” (C. 21). De este modo, y viviendo “como si viese al Invisible” (Heb 11, 27), dedicó toda su vida al servicio de los jóvenes y puso su propio carisma al servicio de la Iglesia, a través primero de la Congregación y de toda la Familia Salesiana después.

Esta unión del Espíritu Santo y de la Virgen María vuelve a quedar patente, cuando se dice en el art. 1:  “De esta presencia activa del Espíritu sacamos la energía para nuestra fidelidad y el sostén de nuestra esperanza”, y en el 8: “María está presente y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los Cristianos”.

No se trata, de ninguna manera, de una especie de personalización del Espíritu Santo en María, pero sí, en cambio, de una unión inseparable por la cual el Espíritu Santo actúa como la energía transformadora de la persona desde su interior y como la fuerza que libera dinamismos capaces de transformar la historia, y en la cual María actúa como “madre y maestra”, como modelo y guía, que nos va educando en la fe, y nos va enseñando a ser hijos de Dios como lo hizo con su propio Hijo. Hoy como ayer, con nosotros como con Don Bosco, “el Espíritu suscita con la intervención maternal de María” misioneros de los jóvenes, apóstoles consagrados para su salvación.

Esto que aparece implícitamente en el comienzo del “Proyecto de Vida” se hace más explícito en los dos artículos de las Constituciones en que se habla de María: 8 y 92.

  • “La presencia de María en nuestra sociedad” (C. 8)

El art. 8 “La presencia de María en nuestra sociedad” declara que María es un elemento de constitución de la Congregación y, por consiguiente, de la vocación de todo salesiano. Nuestra devoción a María es esencial en nuestra vida como lo fue en la vida de Don Bosco y como lo fue en la fundación de la Congregación.

En la vida de Don Bosco la acción de María viene definida por tres verbos: “indicar”, “guiar” y “sostener”. Le indicó el campo de acción entre los jóvenes, lo guió en todas sus empresas, y lo sostuvo en la fundación de la Sociedad Salesiana. Esta presencia de María es real y posible gracias a la asunción de María al cielo, que sigue interviniendo con su atención maternal en la historia de la humanidad, como lo hizo en las bodas de Caná. Para los salesianos esa solicitud de María en favor de una joven pareja que estaba a punto de ver terminada pronto su fiesta, se hace actual en “el sueño de los 9 años” de Juanito Bosco, donde recibe de parte de María la indicación de los jóvenes pobres, abandonados y en peligro como campo específico de su acción, y el don de la pedagogía de la bondad como método pastoral.

Como para el discípulo amado, junto a la Cruz, María le fue dada a Don Bosco como madre y maestra para aprender esta espiritualidad, este programa educativo y este  sistema pedagógico que es el Sistema Preventivo, que hunde sus raíces en el amor de Dios que previene de experiencias negativas que puedan marcar deletéreamente la existencia de los jóvenes, y que libera las mejores energías que hay en el corazón de todo joven.

Para el salesiano y todo miembro de la Familia Salesiana María tiene que ser una verdadera madre y maestra que nos pone en su escuela, bajo su disciplina, y nos hace ir adquiriendo aquellas actitudes que hacen posible el trabajo educativo – pastoral entre los jóvenes. La devoción a María se puede expresar en prácticas religiosas, pero es, por encima de todo, una experiencia de vida, como lo fue para Don Bosco.

Esto es lo que proclamamos en el segundo párrafo de ese artículo 8: “Creemos que María está presente entre nosotros y continúa su «misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los Cristianos», donde se cita literalmente a Don Bosco que une con grande acierto el título de Auxiliadora de los Cristianos con el de Madre de la Iglesia  (MB XVII, 258).

A propósito de esta genial intuición de Don Bosco – hay que recordar que sólo hasta el Concilio Vaticano II, en el discurso de clausura, Pablo VI proclamó oficialmente a María como “Madre de la Iglesia” – es importante que no separemos nosotros esos dos títulos. Como discípulos de Jesús somos Iglesia, que tiene como madre a María, y como cristianos contamos con la protección de María y estamos llamados a ser ‘auxiliadores’ de los jóvenes en la prevención y en la lucha contra todos los males que los amenazan, desde el aspecto físico, económico y social, hasta el moral y espiritual.

Nuevamente aquí sobresalen los aspectos de ‘maternidad’, en el sentido de acogida incondicional que prefiere a los más necesitados, y de bondad, como actitud fundamental en el trato con los jóvenes, representados en este doble título con que el Salesiano invoca a María.

El artículo termina con la invitación a consagrarnos a María “humilde sierva en quien el Señor ha hecho cosas grandes, para llegar a ser entre los jóvenes testigos del amor inagotable de su Hijo”. La referencia al “Magníficat” y la renovación de la identidad de la misión ocupan en el texto también un rol singular.

Se trata de un gesto filial: abandonarse en María, como lo hace un niño en brazos de su madre, pero con la conciencia de quien se confía en alguien y se consagra a alguien, para indicar entrega y pertenencia. De este modo, nuestra devoción a María queda hecha de entrega, confianza, pertenencia, disponibilidad. La evocación al canto del ‘Magnificat’ es una invitación a recoger toda la historia atribulada de la humanidad, que ha comenzado a renovarse en María, la nueva Eva, y por medio de ella. De aquí nace la misión del salesiano que no consiste en hacer cosas, por más relevantes que sean, sino en “ser testigos entre los jóvenes del amor inagotable del amor del Padre manifestado en Jesús”.

El artículo 8 es pues, por una parte, un reconocimiento a María por lo que ha sido y es en la Iglesia y en nuestra Congregación, y, por otra, un programa para hacer de ella una experiencia de vida, de modo que nuestro amor se convierta en docilidad, imitación y compromiso de hacer visible, creíble y eficaz el amor de Dios en favor de los jóvenes.

  • “María en la vida y en la oración del salesiano” (C. 92)

El artículo 92, en cambio, nos presenta a María como modelo. Lo dice directamente cuando afirma que “Ella es modelo de oración y de caridad pastoral, maestra de sabiduría y guía de nuestra Familia”, e indirectamente cuando indica que “contemplamos e imitamos su fe, la solicitud por los necesitados, la fidelidad en la hora de la cruz y el gozo por las maravillas realizadas por el Padre”.

El contenido del artículo está más en línea con la Exhortación Apostólica “El Culto Mariano”, de la que ya hablamos, con una insistencia en una devoción hecha más de imitación de cuanto contemplamos en Ella.

La razón de dicha devoción viene dada en la primera frase del artículo: “María, Madre de Dios, ocupa un puesto singular en la historia de la salvación”. La devoción a ella no es cuestión de emotividad y sensibilidad sino de expresión de fe. Nuestro afecto por ella es, ante todo, reconocimiento de su carácter de Madre de nuestro Salvador, y de la misión que el Señor mismo le ha confiado en favor de su Iglesia y de la humanidad.

Encontramos aquí la mariología de Lucas y de Juan, que presentan a María como la primera creyente, como ejemplo de discípulos, y como formadora de cristianos. Pero encontramos también la mariología de Don Bosco, que la vio como Inmaculada y Auxiliadora. Si el artículo 11 indica aquellos rasgos de la figura del Señor a que somos más sensibles los salesianos, el 92 pone de manifiesto el rostro de María a que somos también más sensibles.

Como cristianos descubrimos cuatro rasgos típicos que caracterizan nuestra devoción a María  y que estamos llamados a cultivar e imitar:

  • su vida de fe, como capacidad de apertura y acogida a la voluntad de Dios, bien atestiguada a lo largo de los evangelios especialmente desde la Anunciación;
  • su solicitud por los necesitados, aquellos que precisamente por su pobreza o abandono tienen más necesidad de experimentar que Dios los ama, como lo hizo Ella visitando a su prima o estando atenta en Caná;
  • su fidelidad en la prueba, que es al mismo tiempo revelación de que la salvación está en la cruz y participación en el sufrimiento, que María aprendió y vivió estando junto a la cruz;
  • su gozo por las maravillas obradas por el Padre, consecuencia de comprobar la fidelidad de Dios a sus promesas y las maravillas realizadas en nosotros y, a través de nosotros, en los jóvenes, que María plasmó en el canto del ‘Magnificat’.

Como salesianos, además, reconocemos su trabajo de “maestra” de Don Bosco, quien le enseñó la misión salesiana y la interioridad apostólica, que lleva a unir admirablemente la pasión por Dios, que nos llama y nos consagra para Él, y la pasión por el Reino (el hombre, los jóvenes), al que somos enviados y por el cual entregamos la vida.

La doble advocación de Inmaculada y Auxiliadora tampoco es indiferente para Don Bosco. No son dos títulos que se pueden intercambiar por otras tantas etiquetas. María Inmaculada y María Auxiliadora tienen que ver con la misión salesiana, con los destinatarios de la misma y con el método educativo.

En cuanto Inmaculada, María representa la pedagogía divina, el dinamismo del amor que tiene el inmenso poder de abrir los corazones de hombres y mujeres, por lo tanto los de los jóvenes, que “los hace sentirse amados” – diría el mismo Don Bosco –, que los lleva a “aprender a ver el amor en aquellas cosas que a ellos naturalmente les gustan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos, y a hacer estas cosas con amor” (MB XVII, 110).

En cuanto Auxiliadora, María representa tanto la defensa de los más necesitados, en su situación de desvalimiento, como el cuidado maternal de quien toma por la mano y guía, educa y forma. Sin lugar a dudas, el título de Auxiliadora tenía otras resonancias en el siglo pasado diferentes de las que puede tener en este tiempo. Lo cierto es que las principales víctimas del actual modelo social, neoliberal y secularizado, son los jóvenes, o porque privados de lo necesario comprometen su desarrollo normal o se ven incluso tentados a buscar formas de vida que no conducen a la plenitud de ésta, o porque encerrados en sí mismos y en el confort pierden el sentido de la vida, la capacidad de la donación, la gratuidad y el servicio, y organizan la vida al margen de Dios, fuente de la Vida.

Los destinatarios de nuestra misión: los jóvenes pobres, abandonados y en peligro (MB XIV, 662) explican el porqué de nuestra devoción a la Auxiliadora. Se trata de personas que no tienen más auxilio que el que les viene de Dios, que cifra su orgullo en ser su defensor.

Es satisfactorio ver cómo los salesianos y todos los miembros de la Familia Salesiana estamos llamados, por medio del magisterio nuestro, a concretar lo que la Iglesia hoy pide de una madura devoción mariana.

A manera de conclusión

Hace 22 años celebramos el 2000 aniversario del nacimiento de Jesús. Estamos pues en los albores del tercer milenio. Los desafíos que hoy tenemos para dar testimonio suyo son diversos de los que encontraron los discípulos de Jesús. Para enfrentarlos con éxito no estamos solos ni desguarnecidos. Hoy como ayer tenemos una madre y un modelo que nos educa en la fe y nos enseña a ser creyentes: María.

Si cuando el Padre envió a su Hijo al mundo le confió a María, como madre y maestra, ella nos ayudará a desarrollar las grandes actitudes que ella vivió y supo suscitar en Jesús: la búsqueda incesante de la Voluntad de Dios, y su aceptación plena en nuestra vida, que nos lleve, como a Ella, a entregarnos al servicio concreto y humilde en favor de los jóvenes, como expresión de nuestro amor a El.

Si el Padre escogió a María, la humilde jovencita de Nazaret, para que colaborara con Él en la salvación de los hombres, siendo la Madre de su Hijo Jesucristo, y le concedió la plenitud de su gracia, a la cual ella respondió libremente, con la obediencia de la fe y una entrega total, ella nos ayudará a saber aceptar a Dios en nuestra vida, de manera que, guiados por el Espíritu Santo, podamos ir creciendo en la madurez de nuestra fe y merezcamos la bienaventuranza del Señor: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”

 

(Don Pascual Chávez Villanueva, (Rector Mayor emérito de los Salesianos)

[1] G.B. Lemoyne, Memorie Biografiche di don Giovanni Bosco (MB) XVII,  p. 510.

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