• María en la Visitación (Lc 1, 39-56).

La escena del relato de la anunciación continúa inmediatamente con la visita de María a Isabel, a quien va a auxiliar en los últimos meses de embarazo. Aquí tenemos un criterio para verificar nuestro encuentro con Dios, para saber si es realmente la palabra de Dios la que hemos escuchado llamándonos por nuestro nombre y dándonos una misión: si salimos de nosotros y nos pone en camino, si vamos al encuentro de los demás, en particular de quienes más necesitados están de nuestros cuidados, y los servimos. El amor al prójimo es siempre el criterio de autenticidad de nuestro amor a Dios, según lo que escribe el autor de la Primera Carta de Juan: “A Dios nadie lo ha visto, pero si nos amamos el amor de Dios permanece en nosotros y en nosotros alcanza su plenitud” (4, 12).

Resulta fácil ilusionarse con ser creyentes, con tener fe en Dios y estar en relación con Él o porque cumplimos externamente con nuestras prácticas de piedad o porque no robamos, no matamos, o porque hemos tenido emotivas, pero ambiguas e incluso falsas, experiencias místicas. Unicamente la coherencia entre lo que se cree y lo que se vive puede justificar nuestra fe. Si creemos en el Dios que se ha encarnado, en el seno de María, es claro que solamente prestando nuestro ser a Dios lo haremos realmente presente para los demás. En la visitación María nos enseña a ponernos en camino hacia los demás como consecuencia de nuestro encuentro previo con el Señor, y para seguir encontrándonos con Él.

El relato de la visitación es el momento del encuentro no sólo de María e Isabel sino también el de Jesús y Juan, ambos en el seno de sus madres. Lo expresa Isabel: “Apenas la voz de tu saludo llegó a mis oídos, el niño ha exultado de gozo en mi seno” (v. 44). Lucas adelanta así el encuentro de la “Voz que clama en el desierto” con la “Palabra hecha carne” y los presenta como familiares, unidos por el Espíritu. Juan lleva a su plenitud la profecía del Antiguo Testamento señalando al “más fuerte que él, al que bautiza con fuego y con Espíritu”: Jesús. El encuentro de las madres juega así un papel más simbólico que histórico.

El que María se pusiera en camino no es – para el evangelista – más que la expresión de que la Virgen ha entendido el dato proporcionado por el Ángel sobre la situación de embarazo de su pariente anciana como una misión: el visitarla y servirla, el acompañarla en los últimos días de su gravidez, el hacerle presente y cercano a Dios. Tenemos aquí un criterio para verificar la autenticidad de nuestra vocación: el hacernos más sensibles a las necesidades de los demás, el sentirnos llamados a amarles sirviéndoles.

Es común afirmar que al narrar esta escena Lucas ha tenido en mente el pasaje de la vuelta del Arca de la Alianza a Jerusalén, signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo, a la que David saludó exclamando: “Cómo podrá venir a mí el arca del Señor” (2 Sam 6, 9). El significado es claro: de la misma manera que Dios estaba presente entre su pueblo en el Arca que contenía la palabra de Dios, los Diez Mandamientos, María es la Nueva Arca que lleva en su vientre la Palabra. Dios se hace presente ahora a su pueblo a través de una persona: la Palabra hecha hombre en el hijo que María lleva en sus entrañas, Jesús, el “fruto bendito de su vientre”.

Isabel felicita a María por ser la Madre de su Señor, esto es, por el privilegio infinito que tiene de haber sido escogida para ser la madre de Dios, pero – en línea con cuanto el mismo Jesús dirá más adelante en este mismo evangelio (cf. Lc 11, 27-28) – la felicita por su maternidad espiritual: “Bienaventurada tú que has creído que se te cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor”. María es, pues, llamada bienaventurada y felicitada por su fe.

Aunque sencilla en su elaboración, la escena de la visitación no es menos elocuente para nuestra educación en la fe. En ella María nos enseña las virtudes a cultivar en la realización de la misión para poder hacer presente a Dios a quienes somos enviados. Se podrían sintetizar en cuatro grandes actitudes:

  • La vocación es apostólica, no tiene sentido en sí misma sino que está siempre al servicio de la misión. Más aún, la vocación va acompañada de la misión. Esto exige hacer de la misión la razón de ser de la propia vida, para que la misma vocación pueda legitimarse. Puesto que cuando Dios nos llama está pensando más que en nosotros, como posibles colaboradores suyos, en el pueblo al que quiere salvar haciéndose cercano, visible y eficaz, es importante que asumamos a nuestros destinatarios como el otro polo sobre el que gira nuestra vida, a manera de una elipse: Dios que nos envía, de una parte, y de otra los destinatarios a quienes somos enviados. “María se puso en camino hacia la montaña y llegó con prontitud una ciudad de Judá”.
  • La misión es manifestar a Dios, a través de nuestro servicio porque como María también nosotros estamos llamados por vocación a “ser signos y portadores del amor de Dios”. La imagen del arca de la alianza que llevaba los signos de la presencia de Dios en medio de su pueblo, encuentra ahora su plenitud en el seno de María. Es evidente que Lucas ha querido evocar esa imagen tan gráfica y elocuente. Con frecuencia confundimos la misión con el servicio, con el hacer cosas, mientras que la misión es llevar a Dios a los que Él nos ha enviado, acercarlo, hacerlo visible y presente. Por eso es que vocación y misión en el fondo se identifican. Si hiciéramos visible al Dios que nos llamó y nos envió lo normal es que nuestros destinatarios hicieran propios los sentimientos de Isabel que, en la prontitud y el gozo con que María le visita y le sirve descubre a su Dios: “¿A qué debo que la Madre de mi Señor venga a mí?”.
  • Hacernos familiares de Dios mientras nos hacemos prójimos de los necesitados. Será el mismo Lucas el que unirá, a través de la parábola del Buen Samaritano (10, 29-37)), el mandamiento del amor a Dios, con todo el corazón, con el alma, con todas las fuerzas, con toda la mente, y el mandamiento del amor al prójimo, como a ti mismo. No es la condición institucional de sacerdotes o de religiosos lo que nos hace prójimos de los demás, sino la compasión por los necesitados y la capacidad de servirlos lo que nos lleva a aproximarnos a ellos y a ser familiares de Dios. No puede pasar desapercibido el que sea Isabel la que diga a María: “Bienaventurada tú que has creído que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor”.
  • La alabanza como oración del enviado es lo más natural en quien sabe que lo que está realizando son las maravillas de Dios. Además de hacer de la propia historia lugar de la revelación de Dios e historia de salvación, permite no olvidar las preferencias de Dios por ‘los pequeños y los pobres’ y la fidelidad de Dios a sus promesas. Leyendo su propia experiencia de vida María no puede sino cantar: “Mi alma glorifica al Señor”.

La oración de María: el ‘Magníficat’ (Lc 1, 46-55)

Inspirado en el cántico de Ana, la madre de Samuel  (1 Sam 2,1-10) y en otros numerosos pasajes del Antiguo Testamento, el “Magníficat” recoge todas las expectativas de los “pobres de Israel” y pone en labios de María esta alabanza a su Dios que ha querido hacer maravillas en ella y, por medio de ella, en su pueblo.  El Dios de María es digno de alabanza porque no ha defraudado la fe de sus creyentes, porque ha tomado en sus manos la causa de los pequeños y los pobres, y porque ha guardado la promesa empeñada a los padres de Israel.

Al igual que las Bienaventuranzas, este texto define con nitidez meridiana las preferencias divinas y la lógica del comportamiento de Dios, que no son ciertamente las nuestras. Y, a diferencia de las Bienaventuranzas, esta lógica divina es dicha como oración, y en labios de María, lo que representa una espiritualidad, una manera de vivir la propia fe en medio de la historia. Acerquémonos, pues, al texto:

María, que ha sido llamada “Bienaventurada” por su prima, responde magnificando a Dios. Su himno es un reconocimiento de los dones que el Señor ha querido concederle (vv. 45-48) y una proclamación de la liberación que el Señor quiere realizar (vv. 50-53).

Es una forma ‘ejemplar’ de rezar: alabar a Dios porque “la ha mirado”, porque ha puesto sus ojos en ella, porque la ha visto con predilección, de la misma manera que el libro del Éxodo dice que Yahvé había visto la humillación de su pueblo en Egipto y había escuchado sus gritos y conocido sus sufrimientos (Ex 3, 7). Y, en seguida, proclamar el plan de Dios de invertir el modelo social. ¿Cómo no cantar a un Dios que mira a los pobres y sencillos, a los humildes y a los pequeños, a los que nada significan en la historia, a los que no tienen otro valedor que Dios mismo?

El amor de Dios, experimentado por María, no se reduce a la esfera privada sino que tiene una fuerza liberadora tan grande que es capaz de realizar una inversión social en favor de los ‘oprimidos’ y de los ‘hambrientos’. La experiencia del Dios de María se convierte así, al mismo tiempo, en programa social. El Dios que la ha ‘mirado’ a ella y la ha saludado como ‘llena de gracia’ mira también a todos los pequeños de la tierra. Quiere saciar a los hambrientos, de manera que puedan gozar y compartir los bienes de la tierra. Quiere liberar a los oprimidos, de manera que se puedan realizar una existencia plenamente humana.

Algunos elementos de la ‘oración’ de María que pueden hacer madurar la nuestra:

En primer lugar, la espiritualidad de María, fundada en la experiencia de Dios que ha tenido, conjuga armoniosamente la intimidad, expresada en una frase llena de resonancias personales “me ha mirado”, y el compromiso, expresada en la proclamación del modo tan singular de actuar de Dios que prefiere a los pobres y sencillos.

En segundo lugar, la oración de María se manifiesta por encima de todo como una alabanza, que canta las maravillas que realiza su Dios en ella y a través de ella. Casi pareciera como si María meditando la historia de su pueblo y la suya propia no descubriera sino las maravillas de Dios y acabara por cantarle a este Dios maravilloso.

En tercer lugar, María se siente, se sabe y se quiere solidaria con todos las personas que sufren “en este valle de lágrimas”, como reza bien la “salve”. La preferencia de Dios – que Jesús reafirmará – por los desposeídos y marginados no es de ninguna manera una consagración romántica de la pobreza, puesto que la pobreza material, en cuanto tal, es una maldición, fruto del pecado, y como tal tiene que ser abolida; sino que esta preferencia divina es acción eficaz y liberadora de todo tipo de injusticias, por parte de Dios, y es exigencia de una espiritualidad y un modelo de vida hecho de apertura confiada en Dios, de sobriedad y austeridad, y de solidaridad, por parte del hombre.

En cuarto lugar, María asume el compromiso de cumplir el plan que Dios tiene de elevar a los oprimidos y saciar a los hambrientos. La salvación que se nos da en Jesús, y cuyo nacimiento se ha anunciado a María, abre un cambio definitivo en la vida de los hombres y en las estructuras que conforman el orden social. Lo que Dios ha hecho por María lo sigue haciendo en cada hombre o mujer que se dispone a recibir el Reino de Dios y a trabajar por su instauración en nuestro mundo.

Quizá tengamos la tentación de espiritualizar demasiado estas palabras del “Magníficat” por las resonancias abiertamente revolucionarias. Es cierto que la justicia y la liberación de Dios que nos ha traído en Jesús va más allá de lo que entendemos por igualdad social, o por justicia y liberación en términos humanos, pero esto significa solamente que Dios remedia nuestros males a profundidad. Quiere la transformación de nuestro corazón, que es de donde procede el mal (cf. Mc 7, 19-23), pero quiere que también ésta se manifieste en la transformación de nuestras estructuras humanas.

Nuestra devoción mariana, si quiere ser auténtica, evangélica, tiene que profundizar en esta espiritualidad de María, que “proclama que la salvación de Dios tiene que ver con la justicia hacia los hombres” (DP 1144), y hacernos con Ella solidarios de nuestros hermanos y agentes transformadores de nuestra realidad.

(Don Pascual Chávez, Rector Mayor emérito de los Salesianos)

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